Pasa un año más, y le damos la bienvenida al 2016, es decir, se cumplen 25 del nacimiento de un fenómeno que le cambió la cara al rock durante un breve periodo de tiempo. Nos referimos, claro está, al grunge.
Desde la familia Pelletier creemos conveniente repasar como esto se produjo, sus consecuencias y su final.
Para ello, no puede haber una fecha mejor que la de las bodas de plata de su aparición, puesto que, a pesar de los incontables discos de oro que consiguieron las bandas que se agruparon bajo este paraguas (en Seattle siempre viene bien uno), es de todos sabido que este material fue siempre su favorito, sobre todo, si era en forma de cucharilla, con un polvillo color marrón/sangre encima, cocinadito a ritmo de mechero. Y es que un denominador común de estos artistas era que “no lo probaban” en absoluto.
“All my friends are Brown and red, spoonman
All my friends are skeletons”. ( letra de Spoonman de Soundgarden)
Hay que reconocer que el comienzo de dicha moda no p-UDO ser mejor, ya que vino de la mano de tres discazos, todos ellos salidos en 1991, de los grupos que formarían la santa trinidad del movimiento. Nos referimos al Badmotorfinger de Soungarden, el Ten de Pearl Jam y el Nevermind, también conocido como la biblia, del messi-ass Kurt Cobain y sus chicos. El futuro parecía brillante para el rock, bandas que estaban en ese momento teloneando a grupos establecidos como Skid Row o Guns N Roses conseguían un éxito igual o mayor, y todo ello con uno o dos discos únicamente a sus espaldas. No sería así…
Este movimiento venido de las Americ-ass, pronto perdió toda su frescura y se metamorfoseó en un coñazo insufrible que todo lo acaparó, desde los 40 principales al rock mas underground, inundando la escena de millones de bandas clones de las mencionadas, sin ningún talento aparente, unidos únicamente por su constante actitud de desprecio a cualquier manera de entender el rock de manera diferente a la suya, entre las que el metal se llevó los desprecios más sonoros al “no ser auténtico”. Para ser auténtico era muy importante gimotear sin parar y, por supuesto, unos vaqueros rotos y una camisa de franela eran imprescindibles. La higiene corporal era opcional, que es lo que suele pasar cuando tu ejemplo a seguir es un matrimonio de yonkis, con controlar el esfínter es más que suficiente.
Su masivo éxito estuvo sostenido, (como no podía ser de otra manera), por todos los medios conocidos de la época. Desde las televisiones generalistas, a las publicaciones de ámbito metalero de la época (Metal Hammer, Kerrangs y demás), pasando por la inevitable MTV.
Debido a la negativa de estos grupos, ahora en la cresta de la ola, a salir de gira con grupos que no fueran grunge, con los que no habían tenido problemas para girar cuando ellos eran los teloneros.La escena metalera vivió sus años más oscuros y convulsos, con sólo unas contadas excepciones gozando de buena salud, entre las que destacaríamos a los añorados Pantera y a los Sepultura con la familia Cavalera todavía unida entre sus filas.
El panorama era desolador y parecía un oscuro túnel de sufrimiento sin salida, por lo que los grunges lo gozaban (secretamente eso sí, que pasarlo bien era un pecado), y los demás lo llevábamos lo mejor que podíamos. Así, llego el año 1994, y si había dos modas que un buen Pelletier de las Rias Baixas odiará en esa época eran sin duda el grunge y el mal llamado Superdepor.
Ese mágico año 94 nos liberó de ambas modas inesperadamente y de la misma manera: de un disparo. Uno perpetrado por el siempre recordado Miroslav Djukic desde el punto de penalti de (puta) Riazor, y el otro por una escopeta en la lluviosa gran urbe, hogar de los aviones jet. Todo ello con menos de un mes de diferencia entre uno y otro.
Las lloreras que produjo ese suicidio hizo que ese ver-ano los embalses mundiales estuviesen llenos marcando records históricos, incluso donde no llovió prácticamente nada, pero es que esas lloreras iban desde la pija de clase, a nuestro coleguita el que nos hacía las posturas de “apaleao” en los también difuntos salones recreativos.
Por lo que respecta al grunge en sí mismo, tal como apareció de la nada y sin avisar, así desapareció. Tras el suicidio de Cobain, de repente todo se vino abajo y ya nadie parecía estar interesado, la radio fórmula lo abandono (a Nirvana no) y su legión de seguidores hizo lo mismo, viendo como bandas que solo un par de años antes vendían millones de discos, ahora las pasaban “canutas” (a ellos siempre les gusto más el masculino de este término), para siquiera renovar su contrato discográfico. El irrepetible Phil Anselmo explicó tal efecto en la última canción del álbum The Great Southern Trendkill.
“The trend is over and gone forever
Shelf it, box it, save it, frame it
You won´t need that anymore” (Sandblasted skin)
De tal manera, “nos colocábamos” en pleno ver-ano y la generación X buscaba nuevos ídolos musicales a los que profesar su amor y, por supuesto, los encontraron rápidamente. Se puede decir que se dividieron en 3 grandes grupos durante el periodo (f)estival de ese año 94.
El más mayoritario, cansado de tanta muerte y sufrimiento, buscaron sonidos más positivos y sucumbieron a los ritmos dance de la rubia danesa Whigfield, que lo petó con su profundo y filosófico Saturday Night.
“Saturday night, dance, I like
It´s party time” (Saturday Night)
Otros grunges creyeron que abandonar este sentimiento de pena continua y letristicas basadas en la muerte era una traición, así que, dentro de su lógica, abrazaron la canción del ver-ano, que no fue otra que el canario de los inolvidables (y mira que lo hemos intentado, pero no hay manera) No me pises, que llevo chanclas.
“Ay, qué pena me da, que
Se me ha muerto el canario” (el canario)
También estaban los grunges rockeros, que no podían creer como sus colegas los abandonaban por tales ofensas contra el buen gusto y decidieron seguir rockeando, costase lo que costase. Por suerte para ellos, no tuvieron que buscar mucho, porque la entonces todopoderosa MTV, ya tenía preparado su nuevo estilo rompedor dentro del rock, que dominaría la segunda parte de la nada añorada década de los 90, y es que desde las Americ-ass nos llegaban en ese año tras la muerte del grunge 2 discos de bandas noveles que en meses pasaron de no haber sacado disco nunca, a apilar discos de oro en sus mansiones. Nos referimos al “Portrait of a american family” del reverendo Manson, y al disco homónimo de los californi-anos Korn.
Solo hizo falta cambiar el vaquero roto, y la camisa de franela por el pantalón corto y una camiseta ancha. Siendo además temporada (f)estival, se hizo de buena gana.
En definitiva, el grunge fue un movimiento breve, crecido al amparo de los medios de comunicación, que lo llevaron a su desaparición en cuanto le retiraron su apoyo, tras el suicidio de su gallina de los huevos de oro, que quizá se dió cuenta de lo vacío de todo lo que le rodeaba. Aún así, es cierto que en mitad de toda esta negatividad se encuentran algunas joyas atemporales que todo amante de lo pelletier debería explorar, como son por ejemplo los grandísimos Alice in Chains.
Stay Pelletier