Alice Cooper: Madrid, 7 de septiembre de 2019.
Verano de 2005, campo de fútbol de Puertollano, casi medianoche: un niño que no tendría más de 10 años, con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos abiertos como lunas, le dice a su padre: “han estado perfectísimos, los estos…”.
“Los estos” son ALICE COOPER y su banda y acaban de descargar el mejor concierto que un servidor ha visto en toda su vida (y llevo algunos centenares a cuestas). Siento automática envidia hacia el muchacho. ¡Ver con esa edad tu primer show de Alice Cooper debe ser una experiencia que te marque de por vida!.
Digo que siento envidia y, sin embargo, no me puedo quejar, porque ese día me fui con los ánimos bien arriba y la sangre de una tal Paris Hilton salpicando por mi camiseta (en esa ocasión, blanca) por culpa de una impulsiva insurrección de su caniche.
Yo ya había visto al viejo Alice unos años antes, en la Cubierta de Leganés, durante su primera gira española, y aún lo vería unos años después en Valladolid. En ninguno de los tres casos la bruja Cooper y sus acólitos lograron grandes afluencias de público; no más de 3000 o 4000 espectadores, alguna vez menos; con el agravante de que en su debut en Madrid la inmensa mayoría del “respetable” estaba compuesta por músicos y famosetes del gremio, desde Alaska a Mago de Oz. Aun así, al viejo Mr Furnier, que en sus buenos tiempos había batido todos los records de bolos y audiencia en estadios americanos, nunca se le cayeron los anillos y en las tres ocasiones que pude verle se dejó la sangre (nunca mejor dicho) sobre las tablas, a pesar de que en su última visita empezaba a notársele la edad.
Así las cosas, confieso que el pasado 7 de septiembre acudí a Carabanchel con mis típicos recelos: la edad del divo, la escasa afluencia y, para más inri, un chorreo de despectivos comentarios en redes y prensa sobre la guitarrista Nita Strauss, tratándola como una heavy buenorra que solo está para lucir palmito y hacer escalas. En fin…
¿Qué quieren que les diga?. Ustedes comprenderán mi alborozo cuando, al promediar la función de los teloneros BLACK STONE CHERRY, el espacio disponible en Vistalegre había llegado a su tope. ¡Ya era hora, coño! No es que estemos hablando del Wembley Arena, pero por fin Alice Cooper llenaba un pabellón como Dios manda en nuestra destartalada Península.
Sobre Black Stone Cherry hay que hablar bien. Representaban un papel jodido, telonear al mayor showman del planeta y en un espacio inhóspito: los que hayan visto otros conciertos en Madrid ya habrán comprobado que allí se suele ignorar y maltratar a los teloneros (ya puedes ser el fantasma de Jimi Hendrix, que te va a dar igual). Pero estos tíos salieron con ganas, actitud y rodaje. John Lawton y Ben Wells (bajista y segundo guitarra) se movían como derviches, haciendo de pirotecnia humana para que su líder, el cantante y guitarra solista Chris Robertson, exhibiera todo su talento, que no es poco. Detrás, John Fred Young cumplía con ambas funciones, dando más espectáculo que nadie y demostrando ser un auténtico animal en la batería. El estilo es una mezcla de blues, southern rock y hard californiano algo guarrete que funciona muy bien en directo y, aunque sus temas no vayan a revolucionar tu colección, es un grupo muy muy recomendable si toca cerca de vuestra casa. La prueba: acabaron ganándose al respetable. El inconveniente: la puñetera acústica del Palacio Vistalegre. Allí el sonido te llega como si unos matones te estuvieran ahogando en la taza del váter. Malos presagios para el concierto principal.
Pero no seamos agoreros… El bueno de Vicent Furnier cuida sus bolos hasta el último detalle y, de entrada, la media hora de espera casi forma parte del espectáculo. Los maquinistas han cubierto el escenario con un enorme telón con esos míticos ojos de araña. Evocan algunas de sus últimas portadas, pero también aquella mítica cubierta de From The Inside.
Con los cambios de iluminación, la tela nos deja intuir algunos de sus secretillos: texturas cambiantes, cromatismos irreales, algunos rostros insinuándose entre pliegues, formas semiabstractas y presencia de extraños personajes en las pupilas de nuestro anfitrión. No está mal para aliviar la impaciencia.
Entonces, empieza el ritual: la sala se oscurece, los ojos gigantescos refulgen de un modo entre cabaretero e infernal y suena en la lejanía el siniestro carrusel de Years Ago. Luego, la voz de Alice surgiendo de la nada: “Yesssss I know you’re hungryyy….” Y ¡zas! como en las viejas representaciones romanas, cae el telón. Cae literalmente: es un truco sencillo, pero espectacular. Ha empezado THE ALICE COOPER`S NIGHTMARE.
Entre brumas, humos y luces espectrales, emerge un castillo como salido de una película de la Hammer. Los esbirros de Alice han tomado posiciones y están interpretando Feed My Frankenstein.
Ahí está: la silueta de nuestro amado creador de monstruos surgiendo de las tinieblas. Un gigantesco Frankie saluda brevemente a su amo y le deja campo libre. Alice Cooper es un maestro de ceremonias horrendo y elegante, peligroso y divertido, y en unos segundos ha magnetizado todas las miradas. El tema sorprende como inicio de concierto, aunque la verdad es que funciona perfectamente para empezar el show y, además, marca perfectamente las reglas del juego. Teatralidad infantiloide y un repertorio con sorpresas, dando más coba que en otras ocasiones a su repertorio más heavy; no en vano Nita Strauss es uno de los reclamos del espectáculo y, junto al propio Alice y al eterno Chuck Garric (ojito a su banda Beasto Blanco), serán tres de las cuatro patas del banco, al menos en lo teatral.
Rápidamente, cae la infaltable No more Mr Nice Guy, con Alicia haciendo el payaso en todas las formas imaginables y dejando a los espectadores más novatos sin capacidad de reacción. Sin pausa alguna (Alice Cooper se forjó en Detroit, así que las pausas no van con él), enlaza con una delirante intro que se convertirá en Bed Of Nails, de su millonario Trash. Otro tema inesperado que, para mi sorpresa, suena como sus mejores clásicos. Acto seguido cae Raped and Freezing, con parodia taurina incluida. ¿Cuánto hacía que no tocaba esta canción? ¿Cuarenta y cinco años?
Las cartas ya están sobre la mesa: Alice nos va a regalar repertorio de casi todas sus épocas (¡estamos hablando de 5 décadas!), pero no viene a soltar un grandes éxitos. Obviamente, estarían ahí algunas de las principales, pero también optará por sacar del cofre algunas gemas escondidas de sus discografía, ignorando varias famosillas: o sea, concierto para hinchas muy hinchas.
Hay que tenerlos muy bien puestos para dejar fuera Only Women Bleed, The Ballad of Dwigth Fry o Go to Hell y que nadie te ponga un pero. Pero amigos, estamos hablando del músico con más tablas en la puñetera historia del Rock (se puede demostrar con cifras).
Entre los clásicos previsibles cae Billion Dollar Babies, donde una catapulta con lombarda dispara billetes. No hay duda: estamos en el castillo de Barbazul y Juana de Arco ya ha debido de quemarse en la hoguera, a juzgar por la temperatura del show. Entre los mil trucos escénicos, bebés fantasmales de todos los tamaños cumpliendo multitud de papeles, cual víctimas del abominable Gilles de Rais. Muy apropiado para los tiempos que corren ¿no les parece?. Aunque, siendo justos, hay que decir que estos tiempos que vivimos asustan y el viejo Coop esta vez no se atreve a traspasar ciertos límites (quizá le han advertido de los riesgos que corre en este Estado), así que las únicas ejecuciones que se llevan a cabo son la del propio Alice y su esposa (pero como hace de novia zombie no podemos hablar con propiedad de asesinato consumado).
Volvamos a la música. El frontman se queda a solas con su escudero Tommy Henriksen y se improvisa un blues elegantón con la armónica (¿no queríamos sorpresas?) para convertirlo en Falling in love, de su ¿último? álbum en solitario.
La cosa va muy bien: el escenario está perfectamente iluminado (algo raro con la tecnología led) y cada uno de los detalles escenográficos es utilizado con criterio.
Nada sobra. Todo es grandioso y espectacular y los miembros de la banda se mueven frenéticamente sobre las tablas. Eso sí, en medio de tanta vorágine escénica al maestro Cooper le basta con hacer un mínimo movimiento con su mano enguantada ¡y 8000 personas se le quedan mirando a la mano! Esta es la grandeza del genio Furnier. Sus espectáculos ya no son aquella salvajada irracional que inventó el punk a finales de los 60, ni tampoco la orgía teatral del Alice Cooper Group en los 70. Ahora estamos ante una puesta en escena sofisticada en lo macabro y con un elegante sentido del humor. Hay medio siglo de evolución por el camino.
Por cierto, la banda es una de las mejores de toda la historia del cantante: Chuck Garric es un bajista preciso y contundente, con una presencia escénica feroz y apabullante. ¡Diantre! ¡Si su cara cada vez se parece más a la del amo! Ryan Roxie, por su parte, sigue siendo un lobo de escenario y aporta todo ese sonido garaje de los 70 que solo el fallecido Glenn Buxton podía reproducir. Tommy Henriksen, más serio, soporta el grupo a sus espaldas y su guitarra es el complemento hard americano perfecto para ese sonido que, por cierto, poco a poco le está ganando la batalla a la acústica del recinto. En ese aspecto se produce un gran momento: empieza Poison y la banda baja deliberadamente el volumen para que la voz gutural de Alice quede fundida con los coros que hace el público mientras las tres guitarras encajan hermosos obbligatos sin romper en ningún momento la comunión y de pronto ¡Bum! Truena el estribillo con toda la banda al 11. Es muy raro hoy en día ver a músicos dominar la dinámica del volumen con sus instrumentos: pero ver a seis tipos hacerlo a la vez y lograr ese potente efecto dramático es algo absolutamente único.
¿Y qué pasa con Nita Strauss? Bien, respondiendo a los críticos cansinos: en primer lugar, no está tan buena. En segundo lugar es toda una estrella, carismática, dinámica y divertida y, en tercer lugar, sí es una shredder, ¿qué pasa? La chica sabe perfectamente cuándo debe digitar a lo loco y cuando ha de sacar un sonido de puro rock and roll que haga justicia a los clásicos de la banda. Cualquier fan de verdad en ese momento está rememorando al legendario Kane Roberts, encarnado en una angelical valkiria. Y esa sensación se confirma cuando, tras un magnífico solo introductorio (donde la dama demuestra que también tiene empaque teatral), arranca con Roses On White Laces, la trepidante canción que cierra Raise Your Fist And Yell, el disco más Heavy Metal de Alice Cooper y, curiosamente, uno de los más personales. En medio de la canción, Alice se pega un baile macabro y uxoricida con su esposa de verdad Sheryl Cooper, que aquí encarna una novia cadáver. A juzgar por su estado de forma, parece que la señora Cooper ha hecho el mismo pacto que su marido con…¿el diablo? (¡Naaaaa! ¡Con el gimnasio! )
No nos da tiempo a recuperarnos de la emoción, porque termina la canción y, sin pausa, suena My Stars, su mejor tema del School’s Out (esta no la tocaban desde 1973). Y después The Piece, la típica opereta kitsch de los shows de Alicia, compuesta con retazos de viejos clásicos. Esta vez Alice encarnará a Steven, el niño que oye voces en su cabeza y al susurrante infanticida de Dead Babies. Por supuesto, es decapitado en la guillotina y a continuación un bebé gigante celebra la ejecución de la bestia bailando entre gloriosas instrumentales que nos llevaran a la oscuridad. Con el castillo en penumbra, un magnífico Glen Sobel (no, no me había olvidado de él), realiza un elegante solo de batería acompañado por el bajo de Chuck Garric, el cual, acechando en la penumbra, adorna las baquetas con pinceladas del Black Juju (otro gran regalo para los fans de verdad).
Y tras la calma, la resurrección. Alice reaparece exultante con otras dos sorpresas de repertorio (Escape y Teenage Frankenstein) y la compañía de Frankie (Stein), que igual que dijo hola dice adiós.
¿Adiós? Noooooo. Falta lo más divertido; los bises: Under My Wheels (el mejor ejemplo del mundo para explicar a un extraño lo que es el Rock and Roll) y un festivo y circense School’s Out, alargado por las incontenibles ganas de fiesta del respetable y los coros de Another Brick in the Wall, encajados perfectamente en el riff principal. Para quien no lo sepa: esos coros son obra de Bob Ezrin, la mano derecha de Alice Cooper en los 70, quien literalmente los impuso en la obra de Pink Floyd y sí, estaban basados en esta canción de The Coop.
Se acabó la fiesta. Solo 90 minutos, dice alguno. Sí, pero sin pausa entre canciones. Estos han sido 90 minutos intensos de verdad. He visto conciertos de dos horas que, descontando las pausas, te entran en un cd. Este no te entra. ¡Y qué coño! Alice Cooper tiene 71 años y todavía es capaz de ponerlo todo patas arriba, día tras día. Mientras escribo estas líneas, aún le quedan treintaitantos conciertos antes de las navidades y en los descansos se ha permitido grabar un EP con 2 temas propios y 5 furiosas versiones. Empiezo a pensar que este tipo es literalmente inmortal.
Yago Pelletier
@PelletierHorror