
La Riviera, 25-XI-2022.
Quien más quien menos, todos hemos visto a OPETH en concierto, aunque rara vez en
condicione s ideales. Opeth son una garantía de calidad en festivales, además de un buen
reclamo para rellenar las complicadas horas de una tarde veraniega. Pero lo de este otoño era
algo muy distinto: después de muchos, muchos años de espera, por fin la banda sueca ofrecía
una gira europea como cabezas de cartel y con su show completo.
Lo primero que uno descubre cuando recibe la noticia es que hay puristas que no tienen
ni idea de quienes son esos Opeth. Lo segundo, que, por contra, un montón de jovenzuelos
profesan auténtica devoción por estos muchachos (realmente lo parecen, aunque llevan seis lustros de carretera). Y lo tercero: que son adorados por viejos roqueros como Sacromonte y jóvenes promesas como Absalem (ambas bandas muy recomendables, por cierto).
Pues nada… A por la entrada.
Y con la entrada me llevo una entrañable sorpresa. Telonean VOIVOD. ¿Esos Voivod?
¿Siguen vivos? Pues sí, siguen vivos: 40 años llevan en la brecha y sacando discos nada
despreciables.
La cosa es que, entre estos lunáticos canadienses, que practican una especie de speed metal (¿por qué ya nadie usa esta etiqueta?)/punk de temática extraterrestre, y OPETH, que desarrollan una mezcla de death/prog con ambiente gótico y victoriano, uno se imagina que
va a entrar en las viñetas de un viejo pulp coloreado por bizarras sinestesias metálicas.

Y así fue: ambientazo y casi lleno total a la salida de VOIVOD, que presentan sus credenciales
con explosión de talento guitarrero por parte de Away (así firma el gachó) y las deliciosas
payasadas del vocalista Snake, que es como un Ozzy grandullón. Está sonando Experiment y
parece como si nos hubiéramos metido en una salsa que mezcla a los Judas con The Undertones. Singulares y adictivos, traen viejas coplas como The Prow y no tan viejas como Fix My Heart. Pero, por encima de todo, nuestros marcianitos quebequeses se columpian con tres cortes del nuevo disco que suenan todavía mejor; en especial el himno que da título al álbum (se titula ‘Syncro Anarchy’; ¿cómo no los vamos a querer?).
Y cuando ya está todo el pescado vendido, se despiden con una soberbia versión de los
primeros Pink Floyd ( Astronomy Domine), que ya nunca volveré a recordar sin pensar en
VOIVOD.
En resumen: divertidos, solventes, cañeros y estrafalarios. Unos más que dignos teloneros.
Y mientras me dispongo a empeñar un testículo para poder pagar los aristocráticos precios que
piden por cerveza (La Riviera, se llama la sala: no se dejen caer por allí si tienen mucha sed),
puedo imaginarme lo delicioso que sería estar en una sesión cinematográfica proyectando películas de Ed Wood mientras estos locos le dan banda sonora tocando en directo (¿algún
promotor leyendo esto?).
Y llega OPETH. Gira del 30 aniversario (más la prórroga pandémica). Un tema por cada uno de
sus discos, más o menos elegidos por los fans; o sea, trece, que en los estándares del grupo
garantizan dos horas largas de virtuosismo instrumental. La sala llena. ¿Aburridos? En
absoluto.

Arrancan con Ghost Of Perdition, voces guturales, caña bien trabada y ¡pum! el cantante Mikael Åkerfeldt suelta esos hermosos jipíos llenos de lírica mediterránea que automáticamente son sepultados por un hermoso coro de fieles entregados. Porque ¡Ay, amigos! Da la sensación de que esta variada tropa ha estado ensayando en una iglesia. Y es que lo de OPETH con el público es digno de estudio: aquello parecía la taberna de Star Wars, solo que allí se veía más gente con cara de Skywalker que de Chewbacca; había hasta parejitas que igual tenían chupete cuando Mr. Akerfeldt compuso Demon On The Fall, la segunda del set.
También se ven prejubilados y heavies de la vieja escuela, junto a gente que se viste como
estudiantes de informática: da igual, todos se dejan llevar por Eternal Rains Will Come, Under
the Weeping Moon, Windowpane, y Harvest, tan hipnóticas, tan complejas, tan variadas…

Y sorprende que, entre esa mezcla de sonidos pesados y guturales con refinado y elaborado
rock progresivo deudor de Yes, Rush, Genesis o incluso Renaissance, el público parezca más
embelesado por el segundo ingrediente que por el primero: punto para estos genios. Por si
fuera poco, el líder, Mikael Åkerfeldt, gesticula las partes guturales con cierta mueca
autoparódica, mientras se deja soñar en los pasajes más poéticos. Cuando se dirige al público,
resulta cálido y cercano: la antiestrella de rock. Al hablar, su voz recuerda a la del humorista
Eugenio y no falta un gracioso que le grita: “¡Cuéntanos un chiste!”. Y Miguelito, que así se
hace llamar ante sus fans peninsulares, sonríe dulcemente como si hubiera entendido la
gracieta. Todo un personaje, que además canta y toca la guitarra como los dioses, aunque no
mejor que su comparsa Fredrik Åkesson, con quien hace unos duetos de ensueño, bien
respaldados por el teclista y corista (subrayemos este oficio) Joakim Svalberg y por el bajista
Martín Méndez.
La música de OPETH es compleja, por eso tiene especial mérito el trabajo del recién llegado Waltteri Väyrynen a la batería; aunque más mérito tiene que en ningún momento esa música compleja agote al respetable.
La única pega es el sonido excesivamente bajo, tal vez para garantizar su limpieza; aunque de
ello se derivaba que en los momentos más sosegados se hiciera un hermoso silencio
alrededor de las guitarras y de la hermosa voz de Åkerfeldt. Silencio que embellecía hasta el
extremo la exquisitez de Burden y The Noor. En todo caso, el problema del volumen ya estaba
resuelto cuando llegó el turno a Black Rose Immortal: veinte minutos de cambios, con influencias muy Maiden y muy Pink Floyd y que, aún así, sonó básicamente a Opeth.

The Devils Orchard nos devolvía a los OPETH más esperables (y esperados), para cerrar en falso
con una pieza reciente, Allting tar slut, que sonó a himno y dejó el espectáculo en su punto
más alto.
Pero, claro, el trato eran 13 canciones y la despedida real llegó con Sorceress y Deliverance,
pura entrega por parte de músicos y espectadores. Gran final. Casi dos horas y media sin ningún bajón y la sensación de haber formado parte de algo muy especial. Así que, sin
tardanza, salimos a celebrarlo en algún garito con precios razonables para el brindis.
Stay Pelletier
Texto: Yago Pelletier
Fotos: Yago Pelletier y Santi Pelletier
