
Madrid, 24 de marzo de 2023.
El abuelito Aguas regresó a la Península, arrasó dos noches en Lisboa, repitió la jugada en Barcelona y luego hizo lo propio el jueves en Madrid. A nosotros nos tocaba la segunda noche en la vieja Ursalia en lo que, presuntamente (ya veremos), será su última actuación en el lugar.
Eso sí, el viejo gruñón ha decidido morir matando y el espectáculo empieza con un aviso: “Si no te gustan las opiniones políticas de Roger Waters, te jodes y te vas bar”. Alguno se ofende, pero el letrero tiene coña porque “el bar” es la nueva canción que Rogelio presenta en esta gira y que, como si de una barra se tratara, el divo utiliza para “charlar” tranquilamente con los fans (lo de charlar es un decir, ya que solo habla él y el resto aplaude).
Así que, ya os podéis imaginar de qué va esto: una ráfaga interminable de artillería musical, cinematográfica y visual en la que Mr. Pink no deja títere con cabeza. Hay para todos (sí, para Putin también), aunque la mayoría de los dardos son para USA y UK, los dos estados en los que este buen señor paga sus impuestos. ¿Hubo abucheos? No tantos como le gustaría a la prensa “seria”.
Pero vayamos al show, que es lo que importa. Mientras esperamos a que la cosa empiece, observamos el escenario situado en el centro del recinto. Roger Waters se ha apuntado al modelo “foso de serpientes” y el truco le va a funcionar: distribución a cuatro bandas, con pasarelas exteriores y una gran estructura con planta de cruz que se elevará por los aires y hará las veces de escenografía, pantalla cinematográfica y muro de las lamentaciones donde el divo nos telegrafiara sus encendidas proclamas.

Por fin, se hace la oscuridad y en la pantalla vemos una ciudad destruida: paisaje postapocalíptico con figuras (silueta de algún músico incluida). Está sonando la nueva y polémica versión de “Confortably Numb”, que no tiene solo de guitarra, ocasión que aprovecha un bobo aún sin emborrachar para darle la chapa a sus compañeros y arruinarles los 97 euros que cuesta la entrada (empezamos bien). La luz estalla y en un suspiro la banda se deshace violentamente de “Another Brick in The Wall”. La fiesta está ya montada, aunque Waters no ha venido a perrear, ni a tocar un grandes éxitos, así que inserta en el set tres o cuatro temas de diferentes épocas en solitario, todas con protesta social, rebelión a la autoridad y frustración desbocada. Allí entra “The Bar”, que consigue que, en medio de la parafernalia, se produzca un momento muy recogido. Por cierto, el tipo bebe mucha agua cada poco tiempo; pero, por si le dan los males, sobre el piano alguien ha dejado erguida, presidente o pendiente, una soberana botella de mezcal.

Al grano, lo de “The Bar” marca el espítitu del concierto, si lo comparamos con su anterior gira (la brutal “US & Them”): menos rotundidad y más intimidad. Aunque habrá de todo, como comprobamos con la feroz descarga de “Sheeps” (lo único que cayó de ANIMALS), la cual cerró la primera parte del concierto. Previamente había sonado entera la 2ª cara de WISH YOU WERE HERE, llena de evocaciones a la juventud de Waters y a su amistad con Syd Barret. Un bonito homenaje. Por cierto, el amigo Rogelio se refiere a Pink Floyd como “mi banda de antes” (¡y menos mal que no dijo “esos señores de los que usted me habla”!). En fin, el ego y Waters: relaciones si las hubiere.
Tras el descanso, el recinto es secuestrado por pendones paramilitares, jaulas y parafernalia fascistoide, que incluye logotipos pseudonazis, pseudostalinistas y también el “megusta” de Facebook (el que quiera entender que entienda). Roger Waters, uniformado y con cara de dictador, nos arenga y amenaza con “In The Flesh” y “Run Like Hell”. Vuelan los cerdos y el público cae presa de la euforia colectiva (paradójica demostración de lo que el viejo activista pretende denunciar). La escena acaba con un ametrallamiento masivo del público. La metralleta, por supuesto, la lleva Waters.

Sigue un tramo en el que el líder reivindica su última creación original, el muy recomendable IS THIS THE LIFE WE REALLY WANT? y luego el drama se intensifica con la 2ª cara, entera, (sí, sí, no estoy de coña) de DARK SIDE OF THE MOON, con toda la banda pletórica y, digámoslo ya, con un Waters comiéndose el mundo. Mantiene su voz, se mueve por el escenario sin pausa ni aburrimiento, interactúa alegre con el público e interpreta las letras como un actor de raza, mientras toca el piano, la acústica, la eléctrica, y canta mejor que hace 5 años (más sabiamente, por así decirlo). Aun así, la música es lo primero, y en este desenlace Waters se limita a plantarse con el bajo (lo sigue tocando como Odín) y hacer algún coro, dejando que sus acompañantes se luzcan, con especial pasarela para el guitarrista David Kilminster, que, si no me equivoco, lleva ya casi tanto tiempo con Waters como el propio David Gilmour. Kilminster es buenísimo, pero, por un pelín, no es Gilmour. “Brain damage” y un emocionante “Eclipse” iniciaron las despedidas, dejando aquello muy arriba.

Tras una simpática chapa del maestro de ceremonias, el divo nos propone “Two Suns In The Sunset”, la última canción de “Pink Floyd”, y ahí sí se le escapó el dichoso nombre; o no, porque el álbum de referencia es THE FINAL CUT, de 1983 (¿pillan la indirecta?).
Waters vuelve a “The Bar”, con brindis y chupitos para toda la banda y esta se va desfilando con instrumentos de metal, tambores, acordeones, etc., en una entrañable versión de “Outside the wall”, tema que cierra el álbum THE WALL y, de paso, este concierto. Hay sorpresa final, pero me la callo.
En resumen, gran show, lleno de paradojas, altibajos emocionales con una dramaturgia un tanto irregular, mucha energía y una dosis de intimidad difícil de conseguir en este tipo de espectáculos. Cosas de genios.
Una reflexión final: en 1977 los punks despreciaban a Pink Floyd. Hoy en día, tipos como Johnny Rotten se han convertido en beatas conservadoras que añoran a su reina, mientras que Mr. PINKY es, más que nunca, una amenaza para el sistema. ¿No les parece divertido? Roger Waters: el último punk sobre el planeta Tierra.
