
Madrid: 2 de abril de 2023.
El que avisa no es traidor y el viejo Blackie Lawless, líder de los maleados W.A.S.P, ya había anunciado que en esta gira usaría voces pregrabadas. La razón: este tour es una celebración de los primeros años de la banda y, en esos discos, la voces del Negrito Sin Ley iban dobladas; así que todo era cuestión de hacer justicia a las canciones y conseguir que en vivo también sonaran muchos Blackies a la vez. Pues bien, en su gira peninsular Blackie cumplió con lo primero (hubo voces pregrabadas), pero no con lo segundo (no hubo celebración).
También estábamos avisados de la relación cantidad-precio de los conciertos de marras: una hora y cuarto por 44 lerdos del ala (precio de amigo). En fin… Que, con estos antecedentes, podíamos llegar a La Riviera de Madrid con todo ya protestado. Y así fue: para nuestro desahogo previo, encontramos un pintoresco garito en Puerta del Ángel con todo el mobiliario pintado de rojigualda y ventanas custodiadas por maniquíes vestidos de torero y guardia civil (uno de esos locales en los que te sientes guiri aunque hayas nacido en esa misma calle); de modo que, el que irrumpiéramos en semejante templo con nuestro atuendo del Parga Rock (que incluye calaveras, locomotoras y estrellas rojas) bien podría ser catalogado por los hagiógrafos como actividad misionera, rollo Bartolomé de las Casas.

De la sala La Riviera ya se ha hablado en Pelletier Horror, pero es importante recordaros una y otra vez estas tres advertencias:
1- Solo hay una entrada al recinto, con lo cual la cola es interminable; así que procura no llegar apurado al concierto, porque te lo pierdes.
2- En el centro de la sala hay una(s) palmera(s) horrorosa(s): aléjate de ellas, porque tapan la visión del escenario. Y sí, acabarás haciéndoles fotos.
3- La consumición más pequeña sale a 5,5 lerdos, de modo que si antes de entrar en el local alguien te ofrece bebidas, di que sí sin pestañear.
Sigamos: una vez dentro de la sala, el espectáculo principal está en la parroquia. Hacía tiempo que no veíamos a la gente del metal tan maqueada. Explicamos el truco: había bastante feligrés por debajo de los 30 palos con atuendo heavy de videoclip ochentero, currado (y supongo que comprado) con mucho mimo. Nada que ver con las John Smith y las chupas pintarrajeadas a mano de hace taitantos años, no; hablamos de oropeles de calidad, generosamente pagados en algún espacio vintage semiprofesional, ya sea físico o virtual. Mozuel@s con pelos cardados cual videoclip de Whitesnake, mallas ajustadas, bisuterías varias y mucho brillibrilli color negro. No parecían público, sino clones estilizados de Sangre Azul o Lisa Dominique. Mención especial para las damas. Aclarémoslo: en 1995, las muchachas que acudían a un concierto metalero venían acompañando a sus maromos y vestían como princesitas de cuento (sí, sí, con vestido blanco y todo). Estas chicas, no. Estas millenials y postmillenials del metal suman mayoría parlamentaria, acuden sin vigilante al bolo y lucen cuero negro, chatarra y escotazo; todo con deliciosa arrogancia. Se las ve sexys, poderosas e independientes. Y son más que los chicos. Sí, amigos, el rock es ahora cosa de gachís y yo brindo por ellas.
Pero no estamos aquí para admirar al público, si no para hablar de música. Resumido en una frase: este fue un concierto para disfrutar sin prejuicios y con unas birritas de más.
Pero como el concierto fue cortito, la crónica también lo será.

Humo a las 21:14. A las 21:15 salen W.A.S.P. Están en la oscuridad. Sólo luces de contra y siluetas negras. De fondo, telones que evocan un freak show de los años 20 (del XX) pero con motivos ochenteros (la bomba atómica y alguna cosa medio porno). Queda todo muy bien. En un plis plas la banda ha descargado un popurrí de 4 temas (periodo 84-86). Luego L.O.V.E machine de pe a pa. Los telones de fondo han sido sustituidos por videoclips de los tiempos de Madonna. Vemos a Chris Holmes y la banda original, pero no a los músicos presentes en escena. Tampoco a Blackie Lawless.
Estarán en la oscuridad todo el concierto (no sé si Blackie salió sin maquillaje o es que no quiere que lo confundan con Robert Smith). La mayor parte del tiempo, los coros enlatados ocultan la verdadera voz de Lawless. Sí canta, pero no siempre se le distingue. El tipo tampoco es que se mueva mucho: podría ser la silueta de Blackie Lawless o un muñeco. El bajista también canta. Lo hace fatal. La banda toca con ganas (confiemos). El público con edad de pagar una hipoteca suelta una lagrimilla con Wild Child. Fin de la primera parte.

Luego, media hora de The Crimson Idol. Lawless aquí se atreve a exhibir cuerdas vocales, sin refuerzos, y su voz emociona. Toda la banda emociona, aunque se olviden de hacer el prometido “grandes éxitos de los 80”. Durante el solo de The Idol, el guitarrista Dough Blair se llena de valor y acaba haciendo un borrador de Comfortably Numb (lo habitual en estos casos). El batería, Aquiles Priester, toca como un animal. Continúan las siluetas negras. Fin de la 2ª parte.
El público bota con Blind in Texas. Las voces pregrabradas alcanzan el clímax y, luego, cinco minutos de descanso para completar la hora de concierto. Un letrero nos cuenta la historia del PMCR y la caza de brujas que sufrieron muchos grupos gringos en los 80. Los primeros en sufrir esos ataques fueron los W.A.S.P. Suena la prohibida Animal (IFLAB), con imágenes de la caza de brujas en cuestión, que incluyen a Frank Zappa y Twisted Sister (esto se merece un like). Sin pausa para el respiro, enlazan con The Real Me. Lawless saluda unos segundos y casi creemos intuir su rostro. I Wanna Be Somebody desata el entusiasmo. Fin del concierto. Lawless abandona el escenario con una velocidad solo superada por Rosendo Mercado cuando quería jubilarse.
Se acabó. No hemos visto la cara de los músicos en todo el set. Sensación agridulce. La hora y cuarto ha pasado como si fueran veinte minutos y el repertorio sigue siendo imbatible. A pesar del mosqueo, casi todos reconocen que se han divertido. Algo deben de hacer bien estos W.A.S.P., después de todo.
Stay Pelletier
