Festival de Pardiñas, agosto de 2015. En plena algarabía etílica, un ilustre Pelletier inicia una encendida perorata sobre un tipo que vive en Malasaña y hace versiones de Rainbow y Deep Purple: “¡Ese tío borda los temas de Dio! ¡Podría cantar con los mismísimos Rainbow!” Suena exagerado, la verdad. Pero la exageración, dicha con estilo, siempre es hermosa.
Otoño del mismo año. Ritchie Blackmore anuncia que, después de 19 años dedicándose a lo suyo, quiere volver al rock. Solamente dos o tres conciertos en junio, no os vayáis a pensar; para matar el gusanillo, vaya. La razón de este siroco (no, nada de divorcio, lo siento) era el descubrimiento de un tipo con una voz que era “como una mezcla de Dio y Freddie Mercury” (¿No les decía yo? Las exageraciones son hermosas). “Tiene una voz ideal para cantar los viejos temas”, comentaba el juglar. Sepan que, cuando Blackmore dice “los viejos temas”, siempre, siempre, se está refiriendo a sus años con Ronnie Dio y con David Coverdale.
La otra sorpresa vino unas semanas después, al anunciarse que el “supermercury” en cuestión no era otro que el chileno Ronnie Romero. ¡Osti! ¡El tipo de Malasaña! En ese momento un millón de telodijes resonaron en mi cabeza al tiempo que todos los excantantes de Rainbow sufrían un inevitable ataque de cuernos, con irreparables daños para ilustres peluquines.
El resto de la historia más o menos se la saben: al acabar los tres conciertos en cuestión,
Ritchie Blackmore se despide de su nueva tropa con un “hasta el año que viene” y así hubo Rainbow, con cuentagotas, en los meses de junio de 2017 y de 2018. Mientras tanto, los que no éramos germánicos ni eslavos teníamos que consolarnos con CDs y DVDs en los que comprobábamos como Blackmore y los Pelletiers tenían toda la razón respecto a la grandeza vocal de Ronnie Romero.
Y eso era todo. Hasta que la promotora Madness anunció que traían a Ritchie Blackmore’s Rainbow a un nuevo festival ¡en Fuengirola!
Ante tal acontecimiento uno debe prepararse bien: adquirir pronto la entrada, contar los días sin volverse loco de impaciencia, descubrir las otras bandas del festival, rezar para que Blackmore goce de buena salud y soportar estoicamente las idioteces de los sabios de este rollo: que si eso no es Rainbow, que si el tipo está muy mayor, que si el cantante no tiene personalidad, que si toca demasiados temas de Deep Purple, que si los de la banda son unos don Nadie, … Resumiendo: múltiples versiones de la fábula de “la zorra y las uvas”. Hablamos de grandes entendidos que solo admiran a Blackmore por su antigua velocidad (ya saben: “yo soy fan de las Meninas, pero solo de la más alta”).
Pues bien: sábado 15 de junio. Después de 700 infernales kms de autovía y resaca, llego a las seis de la tarde al maravilloso recinto del festival ROCK THE COAST -que incluye vistas al mar y castillo sobre una colina- justo cuando están sonando MAGNUM, combo que a pesar de la edad de sus miembros (y de las pintas de Bob Catley de veranear en Benidorm) están dando un muy buen concierto. Para entonces, ya me han contado que el jueves los escandinavos WARDRUNA abrieron el festival con un fabuloso espectáculo en el interior del Castillo Sohail y que el viernes UFO habían ofrecido un concierto absolutamente memorable.
Decidimos tomar posiciones, esperando que Ritchie Blackmore nos diera la tercera alegría del festival, mientras en otro escenario OPETH daban un concierto impecable, dentro de su estilo prog artesanal y a sabiendas de que el sol de la ocho de la tarde no favorece nada a su propuesta.

Foto de archivo. Opeth en el Copenhell 2017
Por cierto, óptima visibilidad y acústica te pongas donde te pongas y apenas colas para pedir cerveza, la cual, aunque estemos en Andalucía, no es Cruzcampo (¡Punto para la organización del festival!).
Las nueve y diez. El sol empieza a declinar. Por los altavoces suena la versión que Blackmore grabara de Land 0f Hope And Glory. La emoción empieza a ralentizar el tiempo, mientras cruzamos los dedos en secreto.
Y entonces empieza: se oye la vocecita “We must be over the Rainbow” y el hombre de
negro deja caer esas históricas notas de El mago de Oz que desde siempre han abierto los
conciertos del Arcoiris. El público estalla y Blackmore le arranca a su guitarra el riff de
Spotlight Kid. El niño de los focos ahora tiene 74 años y pintas de mosquetero jubilado pero el tema fluye en su velocidad estándar (por lo visto, no siempre ha sido así), Romero desata su garganta y Jens Johansson, tras un breve guiño barroco de su jefe, descarga un solo brutal con sonido hammond. Curiosamente, en este combo el teclista suena más a Deep Purple que el resto de la banda y desde luego se desmarca (para bien) del ochentero sonido de David Rosenthal.
Sin tiempo para aplaudir, truena I Surrender con un Romero metido hasta el fondo en la canción. Pero ¡alarma!, Blackmore falla un acorde (sí, señores críticos, Ritchie Blackmore falla) y deja un poco al aire al vikingo Jens. Gran estímulo, porque el viejo se pica y empieza a soltar notas y más notas, riffs, trinos y figuras de todo tipo (estridentes, suaves, melódicas, salvajes…) en un infierno barroco para el que no necesita ni un puñetero pedal. Todos enloquecemos: Blackmore acaba de tapar muchas bocas dejándolas abiertas. Ronnie irradia buen rollo. Lleva una camiseta de Manzano y la parroquia le agradece el detalle.
La siguiente es Mistreated. La voz de Romero vuela. Se columpia como Ronnie James Dio pero siente el tema como David Coverdale, aunque la verdad es que su voz es realmente suya. En el solo, Blackmore huye de versiones pretéritas y enlaza aires arábigos con el slide, probablemente evocando aquel Ariel, que compuso con su señora esposa en 1995 (por cierto, la dama está en los coros, y, aunque duela reconocerlo, trasmite muy buenas vibraciones). Y cuando llega el acelerado tramo final de la canción (¡oh, milagro!) estamos escuchando al Ritchie de 1976. Con esto el precio de la entrada está ya más que amortizado.
Unos festivos Since You Been Gone (adaptado) y Man On The Silver Mountain (canónico) nos sumergen en un modo festivo del que ya no saldremos en toda la noche. Al final de este tema, un exultante Ronnie Romero presenta: “Mi amigo…a veces es un poco raro…pero en el fondo es buena persona…” pero ¡sorpresa! ¡se está refiriendo al bajista Bob Nouveau! Y Bob Nouveau improvisa unos versos cantados en el más puro estilo British Blues años 60 que acabarán convirtiéndose en Woman From Tokio.
Todo es felicidad en el concierto: Candice Night está feliz, Ronnie está feliz y el hombre de negro (¡pásmense!) está más feliz que nadie. Es casi inexpresivo pero se le nota la alegría en los ojos, les sonríe a sus músicos y aprovecha que tiene un traductor para bromear con el respetable: pregunta por el Málaga F.C, hace bromas con la musiquita de Peppa Pig y le pide a su frontman que se cante algo de Led Zeppelin. Ahí no acaba todo: el otrora temido guitarrista anima personalmente al público, pide pausa para tomar una cerveza o intenta ponerle las cosas difíciles a su bajista intentando agarrarle el mástil. Incluso en medio del saludo le pellizcó el culo a su parienta, que estaba pasándoselo en grande.
¿Y la banda? Pues, francamente, después de tantas críticas, solo puedo decir que hay mucho bocachancla por ahí. Lo primero que hay que tener en cuenta es que todo el sonido del combo está ecualizado en torno al sonido de la guitarra, para que podamos apreciar cada matiz salido de los artríticos dedos del genio. Blackmore ya no hace solos kilométricos a gran velocidad, pero los reinventa constantemente y, sí, a veces también digita con rapidez, pero no parece estar demasiado interesado en someter su Stratocaster a inútiles pruebas gimnásticas. En cambio, se pasa el concierto ideando pequeños, riffs, adornos, figuras y obbligatos alrededor de la voz de su cantante, al que, por otra parte ha concedido gustoso todo el protagonismo. Es un placer oír a este “nuevo” Blackmore más cercano a Lester Young que a Walter Giardino, porque a veces, un solo golpe a las cuerdas, en el instante justo, genera un sonido y una musicalidad que tal vez nunca podamos volver a escuchar.
Pues en torno a esto gira el sonido de la banda, y como a un tipo que lleva 20 años haciendo bellas melodías renacentistas ya no le interesa hacer el salvaje en un escenario, lleva consigo una sección rítmica que se encarga
del aspecto guarrete del rock and roll. Así, Bob Nouveau parece salido de una banda de finales de los 60 y David Keith tiene un estilo menos virtuoso y más garaje que sus predecesores, algo que compensa, para bien, el actual estilo del guitarrista.
Claro está, cuando suena Perfect Strangers uno siente que este tema sin la pegada de Ian Paice y Roger Glover no tiene lo que hay que tener (y quizá este fue el único momento que podría quitarle el 10 al concierto). Pero cuando abordan Black Night ese mismo estilo nos retrotrae al Londres de 1969, amén de permitir que el viejo guitarrista se sienta realmente cercano su público.
Después del festivaleo purpleliano, Blackmore introduce un elegante Difficult to Cure dejando espacio libre a sus instrumentistas, que derivan el tema hacia una jam jazz swing de la que, amigos, Bob Nouveau y David Keith sí sacan auténtica magia, sobre todo porque consiguen sumar a la fiesta al neoclásico Jens Johansson que acabará solo en el escenario desplegando feeling y sabiduría con guiños a otras etapas de su carrera (ya saben, Yngwie Malmsteen, Stratovarius… en serio ¿un don Nadie?).
All Night Long nos devuelve al rock and roll y Romero exhibe una voz impresionante, con una intensidad que solo hubiera conseguido el mismísimo Graham Bonnet.
Una pausita y Ritchie Blackmore, que sigue vacilando al personal, saca un letrero en el que anuncia que solo quedan 20 minutos de concierto. “Eso son solo dos temas”, se lamenta el chileno. Exacto, porque uno de esos temas es nada menos que el homérico STARGAZER, que empieza con una supuesta pifia de David Keith y acaba siendo uno de los momentos más mágicos que un servidor haya vivido en un concierto. Se podrá echar de menos a Cozy Powel, a la Filarmónica de Berlín y al propio Ronnie James Dio, pero no fue así. RAINBOW han conseguido un arreglo espectacular para este tema, de forma que, narrativa y emocionalmente, suena como la grabación de 1976 (algo que nunca consiguieron en el pasado), pero que, si prestas atención a cada voz e instrumento por separado (al teclado de Johanson, la guitarra de Ritchie Blackmore o los coros de Lady Lynn y de Candice Night (–mierda, la nombré-), resulta que es un tema absolutamente reinventado, para mayor gloria de un Ronnie Romero que exhibe un sentimiento y una fuerza que a buen seguro reverberaron en el Paraíso donde Ronnie Dio goza de la eternidad. Monumental.
Long Live Rock and Roll era el otro tema, perfecto para acabar con una gran juerga, aunque, con el tiempo oficial del festival ya rebasado, la banda remató con un Burn en el que un cansado Blackmore puso todo el fuego que le quedaba clavando algunas partes de su solo y reinventando otras. Llegan los saludos, y Ritchie saca otro letrero que dice: “5 minutos.” Es el momento de celebrar la gran noche con un Smoke on the Water donde el protagonista es el público y en el que, por una vez y quién sabe si la última de su vida, el mítico punteo casi se ajusta al del single original.
Sí, señores, citando al gran Mark Twain, “los rumores sobre mi muerte han sido un tanto
exagerados” o, ejerciendo de fan puro y duro, Ritchie Blackmore aún sigue “over the rainbow” y por una vez, nosotros estuvimos con él.
Post Scriptum: El festival ROCK THE COAST no se terminó con la despedida de Ritchie
Blackmore. Algunos se fueron al castillo a ver a CONCEPTION, uno de los grandes lujos del cartel, y otros nos quedamos con THE DARKNESS (tiene su coña: The Darkness before the Rainbow). Estos dieron un divertido show (sin ser nada del otro jueves, a mí me recuerdan un poco a Slade y a The Sweet), pero cometieron el error de meterse con MICHAEL MONROE, quien receptivo como nadie, salió a medianoche con su incendiaria banda arrasando con todo y demostrando que sigue siendo el mejor showman del planeta rock, pero eso ya es otra historia.
YAGO PELLETIER
Stay Pelletier!
@PelletierHorror